
Mis queridas manos:
Porque también vosotras habéis dado una vuelta más alrededor del Sol, enhorabuena. 
Supongo, imagino, recuerdo o deduzco, no lo sé, que en mis primeros meses de vida os percibía como indescifrables compañeras que improvisaban divertidas coreografías, que los dedos eran enigmáticos bailarines y que yo ansiaba participar en vuestras funciones.
Fuisteis el objeto favorito de mi contemplación, la fuente de mi conocimiento, el gimnasio donde mi imaginación se entrenaba. Aprovechabais cualquier rato de soledad para hacerme reír, hablábamos tanto que seguro que vosotras, durante alguno de aquellos ensayos generales, escuchasteis la primera palabra que pronuncié.  Entendíais mi lenguaje, os saboreaba con mi boca desdentada, os adoraba, ¿lo recordáis?
Poco a poco me fui dando cuenta que tenía control sobre vosotras y así comenzamos a calibrar nuestra destreza. Fueron muchas las torpezas cometidas y por ende muchos los intentos. Imagino que la primera vez que quise llevaros a mi boca vosotras os empeñasteis en arañarme el ojo y que fue así como conocí la frustración. Pero me gustábais tanto que vuestros arañazos me enseñaron una muy útil lección, y es que la perseverancia obtiene dulces recompensas. 
No nos hemos convertido en cirujanos ni finos orfebres, pero no pasa nada, no era ese el objetivo. Podemos decir que hemos acariciado la tierra, el agua, el aire y la piel, que hemos aprendido a sostener, contener y abrazar, que hemos jugado, hemos trabajado y hemos ayudado. Con eso basta.
Debéis comprender que los adultos no le hablan a sus manos y que por eso me distancié de vosotras. Os pido disculpas. Extremo de mis extremidades, olvidé vuestro lenguaje aunque de vez en cuando, aún os contemplo fascinado. 
Y como hoy cumplimos años aprovecho para deciros que estoy muy orgulloso de vosotras, por preferir mostrar vuestra palma vacía antes que vuestro puño cerrado. 
Gracias por cuidarme.
                                                        Santander, a 16 de febrero de 2011.
P.D.: Dicen que en todo par de manos hay una biografía. Nuestras emociones, pensamientos, actos y dudas quedan registrados en los pliegues de las manos al adoptar éstas, involuntariamente, una actitud equivalente. 
 
 



