Abrid vuestras puertas al inmigrante y preguntadle cómo se llama su madre, cuales son sus sueños, cómo era su casa. Entended que los seres humanos somos lo mismo en todas partes y que la amistad de aquél que depende de la amabilidad de un extraño es sin duda un inmejorable regalo. Observad las vidas de quienes habitan a nuestro lado y preguntaos cuál es la diferencia: ¿la piel?, ¿la ropa?, ¿las costumbres?
Somos hijos e hijas de una misma tierra, hermanos y hermanas de diferente color. Hablad con ellos, apretad sus manos, besad sus mejillas y os daréis cuenta que son humanos. Sólo hacen falta sesenta segundos para conocerlos, ¿a qué esperáis para intentarlo?

No hay comentarios:
Publicar un comentario