Manobel se acercó a mí en la playa de Bagamoyo para venderme estatuas de madera. Le dije en su idioma que sólo le compraría una que hiciéramos entre los dos.
Me llevó a su taller y me enseñó a tallar. Dibujó la cara, me dio una maza y un cincel y me dijo que hiciera lo mismo que él.
Cada golpe descubría vetas blancas o negras. La fusión del ébano desde dentro de sí mismo. Un ojo él otro yo. Un lado de la nariz él; otro yo. Si en su parte salía blanco, en la mía negro y viceversa.
Así hasta que se revela un rostro de alma blanca y negra.
Nos hicimos amigos en sesenta segundos.
Me llevó a su taller y me enseñó a tallar. Dibujó la cara, me dio una maza y un cincel y me dijo que hiciera lo mismo que él.
Cada golpe descubría vetas blancas o negras. La fusión del ébano desde dentro de sí mismo. Un ojo él otro yo. Un lado de la nariz él; otro yo. Si en su parte salía blanco, en la mía negro y viceversa.
Así hasta que se revela un rostro de alma blanca y negra.
Nos hicimos amigos en sesenta segundos.
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