martes, 27 de abril de 2010

Donde el principito se encontró con el zorro


En Wadi Rum hay signos de mucha vida. Pero de una vida que no se deja ver. Huellas en la arena que cada mañana el viento borra. Grabados en la roca y voces en el viento. No es posible estar más sólo que en las noches del desierto, aunque te estén mirando tantos pares de ojos como estrellas hay en el cielo.

Mis sesenta segundos en el desierto me enseñaron a caminar bien calzado por los senderos de la imaginación pero descalzo por la arena. Aprendí a amar lo efímero de una huella y a comprender lo eterno de un camino. Y que cuando se suben todos los peldaños de un sueño, entonces hay que bajarlos para convertirlo en la realidad que pisamos.

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